Medellín era la primera vez que viviría solo.
Todo pasó tan rápido que pensé que era un sueño.
Un día lo decidí y al otro lo estaba haciendo, pero realmente no me di cuenta de lo que estaba pasando hasta que, aproximadamente a las 3 am, mientras manejaba el carro donde iba con mis compañeros de cuarto, sus mamas, 2 perros y una gata, tuve ganas de llorar.
Fue una sensación repentina e impertinente.
Me tragué mis lágrimas, como muchas veces me las he tragado, me fije en la carretera y manejé.
Y manejé y manejé.
Y no me confundí, la verdad estaba huyendo.
Huía del amor incondicional de mi casa, de la comodidad y anonimato que me daba el caos de Bogotá. Pero sobre todas las cosas huía de ella y de su enorme presencia que como una sombra me seguía en cada esquina de esa ciudad.
La conocí de una forma telenovelesca, sencillamente sentándome a su lado en un café, donde hablamos sobre un libro en común. Desde ese momento nos envolvió la magia de lo que llaman amor y deseo.
En la primera cita hablamos, en la segunda nos besamos, bailamos y lo hicimos oficial. Ya no quería ninguna de las otras que me escribían a mi celular, gracias a la abundancia artificial que me daban las apps de citas. Quería su esbelta figura, su difícil pero luminosa sonrisa. Su olor de rosas y de hembra. Así mismo ella me deseaba mi eterna mirada despistada.
En la tercera cita ya lo queríamos todo, así que mientras esperábamos por entrar a una sala de cine en el centro de la ciudad, nos escabullimos en medio de las escaleras de emergencia de ese centro comercial para besarnos.
Quería quitar cada una de las capas que cubrían su cuerpo así que allí, en el frío industrial de unas escaleras donde nunca va nadie, desaté su camisa para descubrir unos hermosos y redondos senos perfectos. No pude contener la fuerza de mis manos que me obligaban a agarrarlos, luego besar sus pezones sensibles a mis labios. Ella me abrazó con fuerza, me abrazó y se arrodillo, como una dama. Acarició mi pantalón solo para notar mi verga erecta y palpitante, que ya derramaba las primeras gotas de liquido seminal de las millones que en adelante ella provocaria.
Pasó su lengua por la punta de mi pene, saboreando el sabor del mencionado líquido para luego comenzar a mamármelo de una manera que solo podia enamorarme de ella, con movimientos oscilantes hacia adelante y atrás, tratando inutilmente de engullir todo mi sexo en su pequeña boca.
Más por reflejo que por decisión, tomé su cabeza desde atras tratando de follar su boca, lo cual pareció facinarle, porque solo atinó a hacer mas fuerte como me lo chupaba.
Asi estabamos los dos, mietras disfrutabamos del primero de los millones de momento de sexo oral que tendriamos, hasta que el sonido de una puerta que se cerraba, pisos más abajo, activó nuestros más primarios instintos de huír, y en un tiempo record volvimos en si, para acomodarnos la ropa y caminar tranquilamente hacia la salida.
No recuerdo la pelicula, ni que pasó despues.
Mi siguiente recuerdo es sobre la cama de un motel, clavandola en cuatro, la primera de millones de veces que lo haria, mirando nuestro reflejo en el espejo de la pared, agarrando y jalando su cabello mientras veía perfectamente mi verga como se clavaba en su culo y escuchando en medio de sus gemidos una frase cliché pero exitante y de sumisión completa:
"No soy tu perra, soy tu yegua."
Una relación pasional, profunda y hermosa. Tiramos, nos besamos y compartimos como los que mas y realmente fuimos felices, disfrutando de la compañía mutua que nos hacia olvidar el absurdo del mundo.
Y así como llego, un dia se fue sin dejar el mínimo rastro tras ella, con apenas un puñado de recuerdos de los cuales dudaría si no existieran algunas fotos de los dos juntos.
Y así, recordando porque dejaba atrás esa ciudad, de repente la noche se hizo día, el frio se hizo calor y la carretera se volvió calle.
Sin mayor pretención, seguí la voz artificial que desde el celular me ordenaba ir a mi nueva casa. Llegamos solo para tener que esperar que las persoans encargadas nos dieran las llaves. Allí, me di cuenta de inmediato que estaba dentro de un sueño, que no era real lo que sentia: el sol, los colores, la gente. Nada era para mi real en ese instante, sentía que en cualquier momento despertaría sobresaltado y sobretodo, con frio. Pero nofue así, el día continuó, la mudanza empezó y mi nuevo hogar tomó forma.
Un primer piso de un viejo y enorme apartamento sin vista a la calle, de un color beige amarilloso en las paredes y un piso de los años 70 que se llenó de cajas y papel de burbujas.
Un desorden anárquico en el cualse respiraba optimismo y desconcierto por lo nuevo que nos prepararía a mi y a mis compañeros de apartamento esta nueva ciudad.
Lo que era un espacio anónimo se convirtió en acogedor, y cada uno de nosotros iría acomodando su vida personal en su habitación, el espacio inviolable de privacidad con el que contábamos. Cada uno se quedó con la que quería, a pesar del sorteo que la mamá de mi compañero propuso para hacer equitativa y justa la distribución.
Yo quería la habitación con baño, porque sufro de pudor y porque me gusta el sexo en la ducha, así que no quería salir semidesnudo con mi compañera de turno cada vez que se me diera la gana de hacerlo bajo en agua.
Medellín era hermosa, tal cual la recordaba. Su clima ligeramente húmedo, sutemperatura que no permitía mas tela de la necesaria. Su color, su intenso color en todo, su sol.
La lluvia que caía y hacía brillar todo.
La gente.
Los perros.
El parque.
Los buñuelos.
Las mujeres.
El acento.
La tranquilidad de caminar por laureles sin sentir que iban a atracarte.
Los pájaros, los loritos.
El orden.
La desigualdad.
Mi hogar.
Por primera vez podía decir mi casa, mi espacio. Podía irme sin decirle a nadie donde estaría, podía llegar sin que me preguntaran quien era. Era anónimo y esoera lo que perseguiría.
Si pudiera entonces resumir lo que viviría, diría que esa ciudad me dio la libertad que buscaba, si, pero también me hizo romper códigos que pensaba inviolables, de los cuales hablaré luego. Adelantaré un poco y diré que aunque ya conocía a mi compañera de habitación, nunca la había visto con deseo. Ella había sido la novia de mi amigo, y hasta que viajamos, no la había vuelto a ver en mucho tiempo. Juro que desde que se bajó del carro en cuanto llegamos a la nueva ciudad, vi delante de mis ojos como si de repente aquella mujer anónima se convertía en una mujer simpática, como si la pubertad la hubiera golpeado de repente y sus tetas, su culo y sus piernas al instante se mostraban lo suficientemente apetecibles. Sin embargo, su personalidad tímida no me permitía saber si me interesaba o nó. Jamás me llamó la atención antes, hasta un día, el primero de muchos que estaríamos solos, allí en un restaurante mientras esperábamos el pedido de la comida que nos habían encomendado, en unos pocos minutos vi en sus ojos oscuros el fuego femenino que ya par mi tan conocido era. Todo cobró sentido entonces, pero ella seguía siendo la ex de mi amigo, fruta prohibida. Y para mi así estaba bien.
La ciudad vibraba, era resplandeciente. Las mujeres, hermosa, seductoras.
¿Que haría? El plan era el mas sencillo del mundo: Abriría una o varias app de citas,dispondría un perfil acorde y sencillamente hablaría.
Desafortunadamente, la realidad golpeó mi incipiente adultez: Las deudas del viaje y mis obligaciones se multiplicaron en un momento particularmente lento de mi trabajo, por lo cual en lo que sería una revelación,comencé a ponderar entre lo que necesito y lo que quiero, y si quería mujeres tendría que tener dinero.
Una ecuación que hasta yo podría entender.
Lo que parecía una desdicha, pronto se convirtió en una herramienta que me hizo ser mas selectivo con las que quería de verdad conocer. La optimización de recursos se convirtió en algo que encontré útil y que podría decir, la primera gran enseñanza de la vida adulta.
Así, descartando algunas, siendo descartado por otras, llego Alejandra, la primera cuya compañía apreciaría lo suficiente como para salir a encontrarla en aquella ciudad.